Tengo muchos recuerdos de cuando era pequeño, algunos mejores y otros peores. Recuerdo a los amigos del colegio y los partidos de fútbol. Recuerdo cuando venían mis primos a casa a jugar y lo bien que nos lo pasábamos. También hay, por supuesto, recuerdos más dolorosos que, aunque por suerte son pocos, ahí están.
Dentro de todo este popurrí de memorias, hay uno que siempre va a ser especial: la Navidad.
Lo que Despierta la Navidad
A medida que se acerca diciembre, me vienen a la cabeza muchos recuerdos, casi todos muy bonitos. Y, curiosamente, los mejores son siempre los más antiguos.
Todo empezaba semanas antes, cuando en el colegio ya se respiraba ese ambiente festivo. Se hacía de noche muy rápido, pero no importaba, porque las calles se llenaban de luces de todos los colores. En clase solo ensayábamos canciones y hacíamos manualidades navideñas, y la cosa se ponía seria cuando en casa colocábamos el árbol y el pesebre.

El Día de la Lotería: El Inicio Oficial
El siguiente gran momento era el día de la lotería. Ese día en el que te levantabas tarde porque era fiesta y escuchabas la tele puesta en el comedor. Siempre me extrañaba, porque en mi casa nunca se ponía la tele por la mañana. Pero asomarte y ver el sorteo era una alegría: significaba que oficialmente habían comenzado las vacaciones.
La Semana Mágica
La semana previa a Navidad era increíble. No había colegio, te levantabas a la hora que querías y se dormía de lujo con la manta y el frío. Todo el mundo iba estresado con compras y preparativos, pero a mí nada de eso me importaba.
Llegaba Nochebuena: me reunía con mis abuelos, tíos y primos; comíamos espectacular gracias a mi abuela; cantábamos villancicos y, de alguna forma misteriosa, Papá Noel siempre dejaba regalos por toda la casa. La felicidad que puede producirle un regalo a un niño es algo difícil de explicar.
Luego venían Navidad, San Esteban, Año Nuevo, el día 1… y finalmente, la guinda del pastel: Los Reyes Magos.
La Noche de Reyes: Ilusión y Nervios
La noche de Reyes se disfrutaba muchísimo, pero siempre había nervios. Yo sabía que ese día llegaban los mejores regalos de todas las fiestas.
Después de cenar con la familia llegaba ese momento terrible: ir a dormir. Qué mal lo pasaba. Me costaba horrores conciliar el sueño y, cuando lo conseguía, tenía pesadillas. Cada maldito año hasta que tuve por lo menos 16.
La mañana siguiente no era mejor. Yo soy alguien que duerme muchísimo, pero esos días me despertaba tempranísimo. Por no despertar a nadie me quedaba quieto en la cama, mirando al techo, y esos minutos se hacían eternos.
Hasta que finalmente me levantaba… y todos mis temores se desvanecían cuando veía que, efectivamente, los Reyes habían venido.
El Final de la Fiesta
Los finales siempre son tristes, y el de la Navidad no iba a ser una excepción. Apenas te daba tiempo a jugar con los regalos cuando ya te tocaba volver al colegio. Era duro volver a la rutina después de esas semanas, pero siempre regresabas con una sonrisa para preguntar a tus amigos qué les habían traído.
Crecer y Aceptar
La vida avanza, todos crecemos, y yo no soy la excepción. Con los años he notado que las Navidades ya no son lo que eran, va desapareciendo poco a poco esa magia antigua.
Pero no quiero acabar con un mensaje triste.
Creo que hay que aceptar que nunca volverá a ser igual: ya no somos tan inocentes, ya no nos sorprende todo. Pero si hay algo que tengo claro es que, en el fondo —muy en el fondo—, cada diciembre vuelvo a ilusionarme. Aunque sé que no es lo mismo, siento que aún queda dentro de mí ese niño que sabía sorprenderse.
Así que voy a esforzarme: voy a disfrutar de mi familia, a reír, a descansar y a vivir la que, para mí, siempre ha sido la mejor época del año.







